El 11 de septiembre de 2001 el mundo se congeló. Durante varias horas, no pudimos apartar los ojos de las escalofriantes imágenes que emitían, en directo, las cadenas de televisión de todo el globo. Las famosas Torres Gemelas, todo un icono de la ciudad, se desintegraban en la pantalla después del impacto de dos aviones pilotados por terroristas.
Difícilmente nadie que pase de la veintena habrá podido olvidar ni esos hechos ni lo que estaba haciendo en ese trágico momento. En Nueva York, ese recuerdo tiene un eco diferente. Miles de neoyorquinos no fueron testigos de la catástrofe a través de la televisión, sino que lo sufrieron en sus carnes. No sólo las 2.977 víctimas mortales y sus familias, sino también los ciudadanos que trabajaban o vivían en el Lower Manhattan y fueron desalojados para no volver hasta muchos meses después.
Sin embargo, el 11S es también todo un símbolo de supervivencia. Nueva York demostró allí su capacidad para la compasión y el altruismo, cualidades que hemos visto aflorar en los momentos de mayor crisis de la ciudad, la reciente batalla contra el coronavirus.
Como cada año, el Memorial del 11S, donde descansan los pozos de agua en el mismo espacio y con las mismas dimensiones que ocupaban las Torres Gemelas, se convierte en el centro de una conmemoración reservada a familiares de las víctimas.
La ceremonia empieza a las 8:46 de la mañana con un minuto de silencio. A esa hora, el avión 77 impactó contra la Torre Norte. Le siguen otros momentos de recuerdo coincidiendo con la caída de los rascacielos y los atentados contra el Pentágono y el avión secuestrado que se estrelló en Pennsylvania.
Además, la noche del 11 de septiembre no faltará el llamado Tribute in Light, cuando dos focos de luz desgarran la noche de Nueva York llenando el vacío que dejaron las Torres Gemelas.